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Sufrir con buen humor

  • paorpacas
  • 5 nov 2020
  • 4 Min. de lectura

“Sufrir con buen humor”... qué título más raro, ¿verdad? Aunque parezca raro, fue el primer apunte que tomé en mi clase de Psicopatología, con el Dr. Fernando Sarráis Otero. Me llamó mucho la atención que él decidiera arrancar las clases de esta asignatura hablando sobre el sufrimiento y, además, abogando de que debemos aprender a sufrir con buen humor.


Me he dado cuenta que, a medida que vamos creciendo, la vida “se va volviendo más difícil”. Nos vamos dando más cuenta de cómo funciona el mundo, de las desilusiones que nos pueden generar las personas, de lo confuso que es encontrar nuestro lugar en el mundo, y de lo complicado es arreglárselas por sí solos en la sociedad.


Esta fracesita me ha acompañado constantemente a lo largo de los años, no porque sufro constantemente, sino porque he visto cómo aplica a las distintas situaciones de nuestra vida cotidiana, sin importar que estemos viviendo una dificultad especialmente grave. Llamémoslo “pandemia”, “bullying”, “materias difíciles”, “problemas matrimoniales”, “trastornos emocionales”... en fin, siempre se puede aprender a sufrir de esta forma.


Hay momentos en el vuelo en los que dudamos si vamos en la dirección correcta, si es normal que nos esté costando tanto llegar a las alturas y si es normal que estamos alejándonos del resto de aves que van en su rumbo. Esto es lo más natural del mundo, porque como hemos hablado anteriormente, no existe una ruta determinada para todas las personas. Se trata de ir descubriendo quiénes queremos ser, de qué forma queremos vivir, y luchar constantemente por llegar a ese ideal.


Y entonces, ¿qué pasa con las dificultades? También hemos hablado que sería raro que estas no aparecieran. Dios va permitiendo retos, obstáculos y dificultades para que, de cada uno de ellos, vayamos aprendiendo y usando esos aprendizajes para cumplir con nuestra misión en el mundo.


El problema es que, a veces, el corazón se cansa y no queremos más; casi que nos rehusamos a sufrir, por lo que comenzamos a evitar cualquier tipo de situaciones que pueden aumentar el riesgo de que esto suceda. Por tanto, en vez de permitir que el corazón haga lo suyo, que se arriesgue, que palpite por otra persona o por un sueño, lo vamos encerrando más y más. Es más fácil tenerlo detrás de una puerta, bajo llave, donde está “seguro” y nada ni nadie lo puede dañar, a que ande expuesto por la vida. Es una reacción normal, que pasa… pero, no por eso es la reacción correcta.


¿Qué pasa cuando elegimos cerrar el corazón para dejar de sufrir? ¿Por qué esto no es necesariamente la mejor decisión? Hay una frase muy famosa de Santa Teresa de Calcuta que dice lo siguiente: “Ama hasta que te duela… y si te duele, es buena señal”. En otras palabras, no se puede amar verdaderamente sin que exista un pequeño riesgo de sufrir. Y, esta es la respuesta a nuestra pregunta: el sufrimiento viene de la mano del amor. Una vida sin sufrimiento es una vida sin amor, sin sentido y sin crecimiento.


Estoy segura que muchos de ustedes, al igual que yo, en algún punto vimos esas imágenes tristísimas de los niños con desnutrición en la India, o en África… ¿se les salieron las lágrimas? ¿les dolió el estómago? Probablemente sí; eran imágenes muy fuertes, que mostraban una realidad muy dura del mundo. Sin embargo, esas lágrimas y esas mordidas en el estómago son señales de que estamos amando correctamente; son señales de que, aunque no conocemos a esos niños que están sufriendo, somos capaces de empatizar, de amarlos y de sufrir con ellos.


Vámonos un poco más cerca: cuando un matrimonio decide tener un hijo, ambas partes reconocen que ese niño o niña es lo que más van a amar en el mundo. Lo quieren, lo cuidan, y cuando este se lastima o se equivoca, sufren y se preocupan. Al final, esto es el amor: querer de tal forma, que se está dispuesto a abrir el corazón y a asumir el riesgo de hacernos daño. Y esta regla aplica para todo: cuándo queremos a alguien, cuándo tenemos un sueño, cuándo tenemos proyectos… en fin, solo se ama cuando se está dispuesto a sufrir.


Es por esto que podemos sufrir con buen humor; cuando logramos aceptar que el sufrimiento es algo normal en la vida, dejamos de verlo como algo eterno y comprendemos que solo es una parte más del vuelo, y que así como todo, pasa.


Pero, entonces, ¿qué significa sufrir? ¿A qué se refiere el Dr. Sarráis cuando nos da esta recomendación? En sus propias palabras: “no quejas, no lamentos, no enfados, no tristezas… llevar el sufrimiento con fuerza”. Como diríamos en El Salvador… “suena yuca”. Definitivamente que la teoría es muchísimo más fácil que la práctica. Pero, como todo en la vida, esto también es posible, aunque requiere de mucho esfuerzo y entrenamiento por nuestra parte.


Llevar el sufrimiento con fuerza no significa negar que nos duele, no llorar o aparentar que estamos bien todo el tiempo. Es cierto, implica llevarlo con una sonrisa, con mucho ánimo y energía, confiando en que todo lo que sucede es para bien. Sufrir con buen humor significa sufrir con la mirada puesta en el Cielo, confiando que, aunque en este momento la vida es difícil, todo saldrá cómo tiene que salir. Algo bueno saldrá de nuestro dolor. Claro que podemos pedir ayuda; claro que podemos llorar de vez en cuando. La idea es no dejarnos estancar por el sufrimiento, ni dejar que éste tome el control nuestras amistades, actividades diarias, o aspiraciones del futuro.


Tener una vida perfecta, sin dolor o sin sufrimiento, es algo que no podemos dar por hecho. Tampoco es algo que queremos, porque hemos visto que una vida sin sufrimiento, sin Cruz, es una vida sin amor. No sabemos qué vueltas nos dará la vida, y tampoco sabemos cuándo estas vueltas van a aparecer. De lo que sí podemos estar seguros es que contamos con toda la fuerza y todas las herramientas para manejar ese sufrimiento y que, aunque en principio no lo parezca, encontraremos una luz al final del camino.




 
 
 

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